AGUA

Busqué en el fondo de mi bolso y recuperé la llave perdida, aquella llave que abría la puerta al sueño. Ahí estaban las escaleras de madera con pasamanos labrados con cinceles de bronce. Almohadillados los escalones por alfombras de rojo muerto, los subí despacio, mirando a lo alto. Las lámparas de araña que colgaban de los techos habían sido limpiadas con esmero y habían desaparecido las guaridas de seda que en otro tiempo las vistieron. La galería que conducía a los dormitorios estaba como siempre y yo sólo quería meterme en aquel baño que me acogiese e hiciese olvidar. Sabía muy bien cuál era el camino. Sabía muy bien a que puerta dirigirme. Dejé el bolso en el suelo, el abrigo sobre la barandilla y me fui desabrochando la blusa mientras entraba en aquel cuarto. Sus patas de felino sin cuerpo eran tan brillantes como el oro que pendía de mis orejas. El suelo de mármol reflejó mi cuerpo al encender la luz, mis tacones resonaban y hacían eco. Me despojé de ellos y sentí el frío bajo mis pies desnudos. Ya con la blusa casi desabotonada, me incliné sobre la cama vacía y giré la llave de calientes aguas que la llenarían para mi deleite. Pronto se vio al humeante líquido correr por la garganta de pétalos sin olor. El sonido era agradable y una vez me quedé en sujetador busqué los frascos de sales de colores que calmarían más tarde, el dolor de mi cuerpo. Bolas de espuma que crecen entre burbujas y olas. Me bajo la cremallera de la falda que cae por mis piernas. Bajo mis pantys que dejo junto al resto de la ropa. Estoy en ropa interior y me miro al espejo. Los encajes adornan mis carnes que ya nadie ve y me paso la mano por el vientre que perdió su firmeza al paso de las décadas. Ya no queda vello en parte alguna, y las braguitas blancas que apenas cubres mi monte de venus se marcan en las caderas. Ahí están las velas que prenderé alrededor de la bañera y aromatizarán esta historia de amor. Bajo la intensidad de la luz y las llamas parpadean en la sombra. Crear ambiente que me transporte y ver con los ojos cerrados lo que un día fue. Se me olvidó subir una botella de vino para servir su caldo templado sobre cristales de Bohemia. Antes de desnudarme del todo y mientras aumenta el rumor en la playa, voy a por esa copa que me acompañará mientras sumerjo mi cuerpo. Todo está como siempre, cada cosa en su lugar, como si me estuviera esperando y no hubiera pasado el tiempo. Cierro el grifo. La habitación está cubierta por el vaho del aliento eterno. Desabrocho mi sujetador que cae al suelo sin desconsuelo y con dos dedos bajo mis braguitas por los muslos y más abajo, levanto un pie y después otro y desnuda me ofrezco a ese recipiente que sus brazos me tiende. Me meto despacio, dejando que cada gota me moje, que cada burbuja me vista, que la espuma me cubra. Se me mojan las puntas del pelo y no me importa. Es agradable la sensación de este calor que me recorre y siento en lo más profundo de mí ser. Sólo mi cabeza queda fuera. Saco un brazo y alcanzo la copa de la que sorbo, y me relajo. Siento en mi paladar los sabores afrutados de un rioja oscuro. Cierro los ojos. Bebo otro poco. Se me queda el regusto de la barrica de roble. Dejo la copa en el suelo y meto la mano y recorro mi cuerpo. Mis manos sobre mis senos, ya no son tan tersos aunque aún están firmes al sentir el roce de mis dedos. Los pezones han despertado y los paseo. Me paseo vientre abajo hasta llegar a mi sexo. El movimiento del agua me penetra dentro y la yema de mi corazón encuentra la boca del placer. Me remuevo. Cierro los ojos de nuevo y oigo mi jadeo. No voy a parar ni dejar de paladear. El calor me bulle por todas partes y mientras acaricio mis pechos con una mano, la otra no cesa de buscar un recuerdo. Se yergue mi clítoris palpitante entre mis dedos y crece el ansia por llegar a la boca de un amante. Estoy sola. Estoy acompañada de luces y sombras, de brumas y espumas y cierro los ojos mientras me agito en el frenesí de un encuentro. Oigo pisadas ¿Será él? No le espero. Sigo entreteniéndome en recorrer mi cuerpo, en saborear cada recuerdo. Y el olor a rosas frescas despierta mis sentidos cuando una mano se posa sobre mis hombros y la otra penetra en el agua rozando mi pecho. Me agito. Sueño. Las copas se juntan en un tintinear de cristales y una gota roja se derrama sobre la alfombra. Siento dedos ajenos a los que me aferro y un susurro en mi oído me avisa de que habrá encuentro. Chapotean las aguas que rugen y vierten sobre el suelo. Siento su cuerpo. Me llega un beso. Y mis pechos vuelven a ser turgentes entre los mordisquitos de sus dientes. Se arquea mi cuerpo al recibir al otro cuerpo. Mis muslos se abren ante otro sexo. Y viene otro beso que complace mis labios entreabiertos. Me penetra un miembro erecto. Uno y uno siguen siendo uno. Me enderezo y abrazo y crezco entre espasmos eróticos y líquidos suculentos. Recorre mi nuca y baja por mi espalda hasta encontrar el hueco de mi cuerpo. Cubriré tu torso con dulces besos y bajaré al encuentro del pene que me recibe hambriento. Lamo la curva suave que despierta a un volcán que se derramará cuando los ojos abra y encuentre su mirada en un te quiero. Las olas del mar nos hablan sin sal y el alma de las sirenas entona su canto. La llama de la pasión no se apaga cuando los besos mandan. Las manos se unen entrelazadas en la cumbre de un éxtasis que se baña entre vinos y rosas sin espinos. Estamos mojados del calor de la noche y la luz de la luna se cuela por la rendija del balcón oculto. Abrazados. Acurrucados en el regazo del otro, sólo se escucha el silencio del bosque. Los cuerpos desnudos yacen entre la sangre de los cortinones granates. Y al despertar del sueño vuelven a unir labios con labios, cuerpos con cuerpos, corazones que galopan y almas errantes. Se visten. Se cubren. Apagan las luces y queda como un reguero, el recuerdo.


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